jueves, 16 de febrero de 2012

ACOGIDO POR EL TIEMPO-ESPACIO



Susurrante como el viento, el tiempo es el gran omnisciente sin opacidad ni inconsistencia. Es expresión del sugerente presente y recuerdo del olvido. Muestra la espontaneidad de lo instantáneo y el flujo del discurrir de las experiencias. Corre tan deprisa que arrastra el horizonte y va tan lento que parece que el horizonte le atrape. Como verbo ejecuta la fuerza del significado de la palabra, porque lo que dice, efectivamente lo realiza. En el tiempo las palabras van y vienen y hace que lo indescifrable se torne inteligible, lo impenetrable penetrable y lo inamovible flexible. Es la palabra de los olvidos recordados, que se convierte en lenguaje, origen de la narración. Porque el tiempo convierte la comunicación en universal, pero siempre con el respeto apasionado del cambio en la vida de la palabra. Ésta, mientras retiene las huellas del pasado y evoca su capacidad de adaptación al futuro, transmite la complejidad del ser en su proceso vital. Por ello, aunque todos la entiendan su transmisión está marcada por la compleja ambigüedad de la naturaleza del ser, aunque nunca como algo encriptado propio del poder absoluto. Éste, siempre la presenta inadaptada y por ello, ininteligible, pues sólo es comprendida por la minoría selecta que la confecciona. Los demás no tienen la posibilidad de entrar en su misterio.

El tiempo es trovador, juglar, aedo, bardo y poeta y como tal, hechiza la mente con su palabra y permite construir la adecuada visión del mundo y de la historia. Su palabra narrada es música. Entra en la imaginación del oidor como ritmo, como sonora permeabilidad. Siempre se siente emocionalmente y desprende color e imaginación. No es de extrañar pues, que el tiempo actúe con funciones de escribano, de sabio cronista y fundador del calendario, ya en la mitología egipcia con Dyehuty, la divinidad hombre con cabeza de ibis, como en el mito meso-americano de Quetzalcóatl, la blanca divinidad dual figurada en la serpiente emplumada. El tiempo reconstruye las aristas de la realidad, los dichos y hechos de cualquier criatura y como red de redes los anota con tinta invisible en los grandes anaqueles de nubes guardados por los cuatro vientos del espacio. Como el cuervo del mito nórdico de Odín, el tiempo es el gran informador, que en todo momento y punto por punto, da a conocer la realidad, porque como dice Séneca, “los años enseñan lo que los días no conocen”. Por él, los recuerdos que se enmohecen como agua estancada en las paredes de la fuente, quedan impresos y grabados como eco eterno que llegan del infinito y a él vuelve, convirtiéndolos en criatura. Donde se piensa en silencio y en la intimidad de las relaciones, el tiempo pone palabras. Por ello, en el encuentro con el tiempo, la corporeidad de la palabra es la realidad hecha poesía, espontaneidad, arte, belleza, eternidad, infinito, perfección y misterio.

En cualquier espacio y momento, y en todas las lenguas, tonos y signos peculiares de expresarse, recuerda que es el lugar del reencuentro en la eternidad del ahora, y el lugar donde la realidad se ajusta a todas las interpretaciones. Permite encontrar con la utilización de la visión y de la audición, la huella genética de la naturaleza, refleja la historia descifrada en el espejo de la pupila del ojo de la mente e interpreta el significado del lenguaje gestual de signos y de palabras. El tiempo, el único contemporáneo, es quien da sentido al ser, a pesar de las redes que lo atrapan y le impiden volar, como la religión, la lengua, el arquetipo, la pauta y la presión social, la falsedad, la influencia y la convicción. Estas redes actúan como atrayentes fantasmas, como asuntos no concluidos, como encantamientos quiméricos, como fango que está al alcance de la mano de todos. Porque el hombre, aunque no lo desee, siempre está acompañado de sus fantasmas y obsesiones. Todo aquello que aún olvidado regresa como espuma sutil y volátil que lo recubre todo. Sin embargo, la memoria propensa al desvanecimiento del olvido, reconoce que algún día todos esos fantasmas se desvanecerán y saldrán por donde han entrado. Porque el ser como tiempo-espacio y existencia, “está presente” con acento en la historia material y espiritual y avanza desde la incertidumbre del caos hasta la conciencia racional de lo conocido y desde lo desconocido retorna a los conocidos orígenes.

Por ello, debe neutralizarse la distancia entre el observador y lo observado, porque el tiempo es el espejo que traspone al más allá y posibilita contemplar el proceso de la vida como activo viajero y no como mero espectador situado en la barrera de la indiferencia. Esta fidelidad a la realidad y a la espontaneidad de la experiencia de cada segundo es el fundamento de la creatividad narrativa. El tiempo hace que el viajero, en la profundidad de su conciencia, se convierta en su testigo por la reflexión y la exploración de nuevos caminos ya en el abandono, desgarro, violencia, desesperanza y desarraigo como en la euforia, el optimismo, la satisfacción y la huida del caos. Porque el tiempo cura y es fuente de continua novedad, hay que volar para reencontrar lo que ya se posee: la vida y la libertad. Pero siempre, con la voluntad del respeto. Cuando el pasado se aleja disminuye la intensidad del recuerdo y cuando el futuro se acerca, se incrementa la fuerza del olvido. Por ello, existen los momentos que se desea que el tiempo pase sin detenerse y otros que se ralentice su marcha para saborearlo con creces.

Pero, sólo se vive plenamente aquello que se formula en palabra escrita y, en todo lo que no ha sido escrito, el tiempo es el efectivo “conductor” de lo hablado y pensado. Por ello, reinterpretando a Virginia Wolf, nada ocurre hasta que se escribe. La escritura se organiza como viaje en la hipnosis de la búsqueda y del descubrimiento para que transforme la aventura de la vida en fruto de experiencia y de ciencia. El tiempo como encarnación de vida, descubrirá las pausas y silencios, emociones y acciones en cualquier variedad de lenguajes y dará la puntual referencia sobre cualquier dimensión particular subjetiva y objetiva. En la soledad del viajero, inmerso en las cuitas de su agonía y de sus olvidos, el tiempo se convertirá en el imprescindible, omnisciente e ilustrado narrador de lo que se es, de lo que se puede ser o de lo que no se es. Porque el tiempo es siempre algo abierto. Es la idea de Manuel de Pedrolo (1918-1990): la realidad interior tal como crece se destruye, para desembocar en el irrealismo de una total posibilidad. Es el pensamiento de la escritora Doris Lessing, nacida en 1919 y premio nobel de Literatura-2007. Sus escritos, en buena parte autobiográfico, pues hunde sus raíces en los recuerdos de su dura infancia, un padre mutilado de la I Guerra Mundial y una madre enfermera autoritaria. Sin embargo, en un desdoblamiento biográfico de ellos, intenta describir que hubiesen podido ser, en aquel periodo de su infancia. El tiempo abierto son las dos caras de una misma realidad: la crónica de los sucesos propia del realista Herodoto de Halicarnaso (484-425 a.C.) y la ficción narrativa propia del imaginativo Plutarco de Queronea (46-120). Ficción y verdad las dos caras de una misma realidad.

Joyce en su “Ulysses” sitúa la importancia profunda del escrito en la medida en que la acción se encapsula en el tiempo-espacio como las dimensiones seguras del escritor y los protagonistas de cualquier narración. Por ellos, el viajero como testigo del tiempo en su lucha contra el olvido, es su “alter ego” y su avatar, donde en el fluir de los sucesos se realiza a sí mismo. “Encuentro con el tiempo” es el breve soplo de una vida que, aunque no explica la realidad como acontecimientos de crónica notarial, tampoco la describe como pura ficción. Su historia no sirve como simple cotilleo del pasado sino para contextualizar el presente. Las fechas y nombres no son para describir los fríos datos de efemérides enciclopédicas, sino para señalar el contexto referencial de una realidad que podía haber acontecido de otra manera. Aunque, es verdad, que la historia funciona con la cronología de fechas, pero éstas sólo existen en el momento en acontecen. Las fechas no son en la obra puntos de unas coordinadas, sino paradigmas holográficos y referencias de un todo presencial como repetición del presente que siempre es novedad y nueva reinvención de continua y antigua realidad. Son ráfagas de luz y relámpagos que iluminan la noche agitada del ser y del contexto de su mensaje. Son síntesis que descubren la realidad cargada de drama y de ambigüedad. Con las fechas no se hace un viaje retrospectivo en el tiempo sino que sirven para descubrir la presencia del pasado en “stand by” en un presente que está conectado con un cúmulo de sentimientos. Lo que pasó en tiempo del viajero lo ha vivido como circunstancia y forma parte, en el tiempo-espacio, de la conciencia del universo. El viajero siempre se encuentra con el tiempo para comprender a sí mismo y al mundo.

Las conjunciones de los sucesos muestran el auténtico sentido de su realidad en la plena visión de la historia. Es el enlace de su pensamiento, vivencia y comunicación con su otro yo, más allá de cualquier otro signo como el espejo, el eco o el silbo de pastores gomeros o griegos. Es la superación de toda programación lineal, ya que pasado y futuro también es presente, porque los eventos se ordenan y se valoran en el ensamblaje de recuerdos y olvidos. Se vive y se actúa no sólo con el recuerdo del conocimiento de lo que sucedió, el pasado ya vivido que se descubre como nuevo, sino también en el olvido de los acontecimientos en proyecto que todavía no han llegado, el futuro esperado y no recordado. Este volver al pasado, la analepsis (en el cine, la técnica del flash-back) o este proyectar el futuro, la prolepsis (en el cine, la técnica del flash-forward), está dirigido por la conciencia como centro operativo, hecha de tiempo y espacio. La conciencia es quien posibilita la anacronía pues, es el único presente de la existencia capaz de asimilar el pasado vivido y el futuro esperado.

Como la misma vida, la narración libre manifiesta el relato de la aventura en el esfuerzo de la reflexión. Por ésta, los silencios eternos del olvido son releídos, reinscritos y reinterpretados y por ello, se retoman, reciclan, readaptan, rescatan, recobran, relatan, recuperan y repescan. Sin embargo, para que la vida no termine engullida en la banalidad y en la repetición, el relato no entra en detalles lineales y descriptivos. Así, los hechos se sitúan en escenarios generales que a modo de referencia se enmarcan en su contexto, sin convertirse en actas notariales de crónicas congeladas. El acontecer se enlaza con el exterior en constante conexiones y resortes evocativos a los sentidos, a la imaginación, a la intuición, a las analogías y a las comparaciones. La narración ofrece perspectivas diferentes para que la palabra, al dejar la libertad de interpretar, comunique ilusión e interrogación. Como esponja que absorbe los fondos bellos y feos y los expresivos colores de la historia, así el contenido propio del ser se engarza con el resto del mundo para cumplir con las emociones de toda narración: seducir. Con la seducción se intenta mostrar lo general como emotivo, al tiempo que en una economía de lenguaje, se dejan zonas en penumbras. Así, debe bucearse en la vida: sin la rigidez de la realidad, pero con la lucidez de la madurez y del espíritu crítico. Es una acción sin acción que estimula los sentidos con el rumor del silencio. Los personajes siempre están en la presencia del tiempo y en las abiertas dimensiones del espacio para revivir de nuevo la vida en sus múltiples características. En esta relación tiempo-espacio, el monólogo bisbiseado del viajero resuelve y analiza la existencia sin valor absoluto, pero se convierte en el refugio donde se amansan los vientos tormentosos.

Porque todas las experiencias, como si se estuvieran pisando los talones, sirven para decidirse a romper con los fantasmas que anulan la actuación y la expresión sincera. En éstas, perder es encontrar y olvidar es aprender. El tiempo que trae consigo el eco de la historia, se muestra no para olvidar el pasado, sino para recrearlo como vida presente en esperanza para que el espacio caleidoscópico, las haga florecer en la inmensidad del universo. No se congela la vida para desmenuzarla en la evanescencia, sino para hacerla soportable al desarraigo y encontrar en el tiempo la personal y verdadera aventura del viaje. Sin embargo, el viajero aunque siempre deja indicios de su paso, nunca mostrará el camino porque éste es el propio de cada ser en su catarsis individual. Todo aquello que se ha borrado vaga en la emoción como instantes fugitivos que sólo el interesado puede gozar en un reflejo asociativo. Entonces, el pasado se torna emotiva realidad y se recuerda profundamente como nuevas, imágenes pasadas que se han repetido infinitas veces: el andar de una mujer, el sonreír de un niño, la casa donde se ha forjado la vida, el paseo cotidiano, el amable volar de pájaros, las flores que ofrecen su aroma, las nubes que corretean por la atmósfera o un mar verde turquesa con blanca arena.

Es verdad, lo que no se escribe se olvida. Escribir pues, es recordar y plasmar el olvido del tiempo que pasa sin poder atraparlo. Es salvar los recuerdos que se desvanecen, aunque lo que se recuerde sea la estructura y no el relleno que es lo que se ha disfrutado y penado de la vida propiamente dicha. El intento de todo escrito es llegar a expresar en el silencio del tiempo-espacio, la realidad de la vida y el esfuerzo de la memoria olvidadiza y encerrarla con la seguridad de no tener nada seguro ni siquiera la frase arrancada al vacío. “El extranjero” de Camus, nació como proyecto en 1937, mientras el escritor convalecía en un sanatorio de los Alpes y lo terminó en mayo de 1940 y fue publicado dos años después. Flaubert sufrió lo indecible durante sus seis años que dedicó a la escritura de “Madame Bovary” (1851-1857). Cervantes concibió el Quijote en 1957 en la angustia de la cárcel Real de Sevilla y tardó diez años en escribirlo (1605-1615). James Joyce, cuyos impulsos de libertad eran más fuertes que su obsesión religiosa, escribió su Ulises entre 1914-1921 y se publicó en París el 2 de febrero de 1922.

Obras importantes de la humanidad se han dividido en libros: como “Los Vedas”, anterior al hinduismo, la escritura épica del Majabharata y los Upanishad del periodo hinduista. Conjuntos de los antiguos libros sagrados se han constituido en canónicos como los libros de las diversas corrientes budistas: el pali (Tipitaka), el chino (Mahayana) y el tibetano (Vajrayana). El canon judío-cristiano, la Biblia, se estructura en libros: 47 para el antiguo testamento y 27 para el nuevo, cuyas narraciones se proponen en versículos. También, la anti-biblia de Nietzsche, “Así habló Zaratustra”, se estructura en cuatro libros que se dictan en aforismos. También, hay escritores que programaron su temática en libros y capítulos, como las “Confesiones” (397-400) de San Agustín. El primer libro del “Quijote” de Miguel de Cervantes fue escrito en 1605 y el segundo en 1615, como contestación al apócrifo del copista Avellaneda.

Sin embargo, por lo general, una obra escrita se estructura, en capítulos y apartados, aunque con diferentes nombres: cánticos (canzoni o cantichi) y estos en cantos, en la “Divina Commedia” (1304-1321) de Dante Alighieri; tratados, en la anónima novela picaresca, “El Lazarillo de Tormes” (1554); episodios o jornadas, en el teatro de Lope de Vega (1562-1635); moradas, en “Las moradas del castillo interior” (1577) de Teresa de Jesús; alivios, en “El pasajero” (1617) de Suárez de Figueroa; descansos, en la obra “Relaciones de la vida del Escudero Marcos de Obregón” (1618) de Vicente Espinel; trancos (o saltos), en “El diablo cojuelo” (1641) de Vélez de Guevara; crisis, en “El Criticón” (1651-1657) de Baltasar Gracián; fragmentos separados por líneas, en “San Manuel Bueno y Mártir” (1931) de Miguel de Unamuno; estancias, en “El bosque animado” (1943) de Wenceslao Fernández Flórez. Podrían citarse muchas otros nombres de divisiones.

“Encuentro con el tiempo” se estructura en la gran dimensión del tiempo: pasado como el ensueño de lo acontecido, futuro como voluntad de proyecto y presente como conciencia pensante y unificadora. Cada uno de esos tiempos se divide en espacio, que van precedidos por soliloquios como rebotes de ensueños, que sitúan la voluntad y el pensamiento del viajero en la línea del horizonte tiempo-espacio para en sus circunstancias concretas, explorar las alegrías y las obsesiones de su propia identidad. Porque nada pasa en vano en su conciencia unificadora y todo se proyecta en un plano intimista que permita reflexionar y conectar con la realidad exterior del tiempo-espacio, generadora de los diferentes eventos. Cada una de estas modulación de diálogo interior van seguidos por sendos dioramas, en que el tiempo, como omnisciente narrador, expresa como escorzos, ya de forma regresiva o progresiva según la estructura vital del viajero, los distintos acontecimientos históricos que evolucionan como episodios en un escenario. Pero, no es una narración secuencial o lineal y no tiene pretensiones de auto-ficción sociológica. Prescinde de diario y cartas, de autobiografías y de memorias noveladas. Se presenta en forma de fracciones, de saltos descriptivos, de introspecciones asociativas porque los hechos no se refieren de forma continúa sino mediante cuantos que en su conjunto aparecen entrelazados. Es el estilo evocativo, manifestado como estado de ánimo, enlazado en ítems sazonados por puntos de vista narrativos e introspectivas presentaciones, como epigramas que fijan las impresiones del momento, pero sin herir los ojos de la imaginación.

Con estas características, su lectura no necesariamente debe ser lineal, lectura de principio a fin, siguiendo las pautas de una trama concatenada: presentación de la historia, reacciones a ella y la acción propiamente dicha y por último el desenlace. “Encuentro con el tiempo” puede leerse en diagonal ya que su lectura puede moverse independientemente por tiempos, por espacios, por soliloquios, por dioramas y por entramados o goznes del tiempo del viajero. Son párrafos independientes que tienen sentido en sí mismos. La tipografía con sus distintos tipos de letras y sus variantes de negrita y cursiva, indicarán las diferentes miradas con propio peso visual y conceptual.

Sin embargo, la lectura en su totalidad del texto dará el contenido unitario y la compresión total de pensamiento ya que en su globalidad, pretende ser un ensayo sobre el tiempo-espacio. Al escrito precedido de una presentación, “Acogido por el tiempo-espacio”, y seguido por el índice de la obra. El contenido de pensamiento se desarrollará en los títulos siguientes: el primero, “Desde el profundo silencio”, que muestra la situación originaria del universo y de la existencia, el final “Hasta siempre” como la dual situación de este universo y en el medio “el presente como conciencia” del tiempo III, que muestra la conciencia como la fuerza de asimilación en el presente, del pasado y del futuro. El último apartado está colocado después de los espacios: el pasado del tiempo I y el futuro del tiempo II que se escriben después del tema “Desde el profundo silencio”.