lunes, 4 de enero de 2010

SINGLES

Narciso, enamorado de sí

La conoció por una excursión espléndida que organizó el single solitario de turno de la reunión semanal en el vestíbulo-cafetería de un hotel. Separada había sido abandonada por el enésimo joven sonrosado.

Pero qué hermoso fue aquel tiempo y que delicioso le pareció el amor. Un mínimo apretón estremecía su cuerpo. Se le había convertido en indispensable como se hace necesaria el agua en el desierto y si no se tiene se imagina como espejismo. Le descubrió el sentimiento adormecido en muchas décadas y lo despertó de nuevo a la vida. Fue como una antorcha que inflamaba el calor del deseo. Sin embargo, constantemente le recordaba que no era su tipo y, él se preguntaba, ¿Qué noción de tipo pueda concebir su cabeza? Además le decía que “no quería hacerle daño” y, él pensaba que daño podía hacerle, si era su descubrimiento. Con el transcurso de los días llegó a reflexionar como el amor puede hipnotizar a una persona y en que ingenuidad se puede caer. Ella lo quería como juguete en sus momentos de soledad y como eunuco que le divirtiese su provisional afectividad temporal. El quería hablar de los dos y necesitaba que le dijese que le quería. Pero ella, aunque alguna vez se le deslizaron lágrimas de compasión por sus mejillas, nunca llegó a decirle que le amaba y sólo hablaba de sus aventuras. Sus miradas de ternura siempre eran evasiones. Decía que era la forma natural de comportarse con todos, ¿sus amigos? El se sublevaba pues quería ser único y ella por su parte se enojaba.

Aquella primavera, se vieron a menudo durante dos meses. Pero aquel tiempo maravilloso fue horrible. Su amor era una actitud de piedad y de educación. Una y otra vez le repetía que lo trataba como lo hacía con cualquier otro amigo. Era pura vigilancia en el nacer de una cierta querencia. Si la unión física era para él garantía de unión y de igualdad con los otros con quienes la había tenido, a él se la negaba, decía que no le llenaba. No podía gozar del placer de contemplar desnuda a quien respetaba vestida. Y así la relación se quebraba entre el amor y la distancia. Sus ojos reflejaban que la relación era para ella algo esporádico como una reunión torpe con personas insulsas. Él la amaba sin poder hacer gran cosa para demostrarlo. Sin embargo, ella le aguantaba y así se convirtió en un don nadie. No llegó a deprimirse pues los escritos de él a ella le servían como contrapunto para el equilibrio perdido en las constantes relaciones desequilibradas y así las circunstancias los iba alejando y el muro interpuesto se iba consolidando en el olvido inexorable.

En realidad había otro que la incordiaba. Era un hombre inadaptado e inestable socialmente, de pocas luces pero, atractivo y embaucador. Muy seguro de sí mismo la ponía a cien sexualmente con su físico imponente y su coche de gran cilindrada como habitación de gran hotel. Pero ella, de vez en cuando, volvía a los brazos de Jorge su marido de clase alta y con dinero, aunque alcohólico y ludópata, en su estado de lucidez se manifestaba con finos modales. Con astucia de mujer consiguió imponer la rivalidad entre ellos, enzarzándolos en violencias y celos letales en una búsqueda de la pareja no compartida. Se convirtió en el epicentro infernal de los movimientos de ambos gallos, haciendo creer a sus varones que sus mutuos encontronazos servirían para dominar la situación de la fémina de ambos. Pero consiguió que ella como tesoro escondido no se pudiese encontrarse a la primera de cambio y en esta generación de un mundo liberado en que la rivalidad sexual sólo es capaz de proporcionar indiferencia, puso en marcha una nueva elección sentimental para rechazarlos.
Con la seguridad de su independencia económica por el trabajo y su capacidad de femenina calculadora, prescindió de la hipergamia, es decir, de emparejarse de nuevo con el espécimen-hombre mejor posicionado y cansada de tanto pavo real emperifollado y del repertorio sonoro de mirlos, se escabulló y eligió a una amiga bobalicona y rolliza para encandilarse en el disfrute de su iniciada menopausia y del amor entre iguales, sin necesidad del dimorfismo sexual.

Ellas habían congeniado y descubrieron que el amor entre mujeres se hallaba en la misma finísima frontera que separa el amor de una mujer por un hombre. conscientes de ello, ambas damas, sin perder su exclusividad se integraron además en el grupo mixto el “picoteo”, de los “singles” separados–divorciados, donde el grupo de mujeres guapas se quedaban paralizadas en el espasmo de su belleza personal y se veían como animales hermosos que se desperezaban a la luz del sol. Y cuando convenía al tintineo de su clítoris, en comunicativas cenas inocentes y grupales, se dejaban tirar solapadamente por el varón ignoto y lascivo ya que en la atracción sexual nada triunfa tanto como la misma atracción autoabasteciéndose. En consecuencia, nunca estaba de más un “polvo exprés”, en el que las puertas celestes se abrían y se entrelazaban como flores en primavera, al tiempo que pensaban que echar “una cana al aire” era como hacer un favor al varón y darles la oportunidad de ser tales. Seguían la regla de W.S. Gilbert en “Trial by jury”: “el amor, si no cambia, empalaga” y así abrían las valvas de las puertas de su cuerpo para colocar al pasante en el aljeifar de la ventana con el propósito de que se lanzase voluntariamente, en su soledad, al vacío del deseo eterno.

Aunque ello revelaba más el retrato de lo que imaginaban intentar hacer, de lo que en realidad hacían, sin embargo no por ello, les resultaba menos interesante y más provocativo. Porque es paradójico que a pesar de que los hombres, que se sienten astutos como zorros, se vanaglorian de copular con múltiples mujeres, lo cierto es que éstas son fisiológicamente más capaces de mantener más relaciones sexuales que los hombres y tienen la posibilidad de excitarlos más fácilmente con su anatomía que los hombres que son más propensos a incitar a la repulsión si su anatomía es lo primero que muestran. Así la mujer que se desnuda espontáneamente delante de un hombre, causa en éste siempre la sensación placentera del batir de una delicada mariposa, al contrario del hombre que lo hace delante de la mujer generalmente provoca la sensación del crujido molesto del zumbido de un abejorro.

Así, despreció al primero, el amante, que le había hecho gozar intensamente pero que le violentaba por su cruel rudeza y sus pocas posibilidades y se olvidó del amor del segundo, su marido, porque no le llenaba y le aburría, pero que le dio hijos que como hembra deseaba tener del macho, para que aquellos le diesen nietos y así sucederse de generación en generación. Siempre había pensado que la reproducción era la mejor forma de que los genes se propagasen.

Y así, marido y querido, cornudos y buenos sementales, a pesar de sus narcisos cuerpos modelado por el gimnasio y repletos todavía del barato y fácil esperma, pero sin energía, al tiempo que se zambullen en una irremisible oscuridad, fueron dejados a su albur para invertir tiempo y dinero en criar a los hijos propios por las justas dietas de manutención y engañados por el cuclillo de poligamias diferidas, tuvieron que dedicarse simultáneamente a la cría de los hijos de otras hembras. Situación que se convirtió en ambiguo y conflictivo problema con los hijastros ya que si a la paternidad consciente asaltan dudas con sus supuestos hijos, ¿qué sucederá con los hijos de los que están seguros, que no son los propios?

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