lunes, 30 de noviembre de 2009

NINFAS EN LA FUENTE

Salvador Dalí -ninfas en la fuente
La delicada e impactante imagen de la muchacha lavándose el cabello sobrecogió al viajero de tal manera y con tal gozo estético como si se tratara de un cuadro de sol naciente. Fue una escena dulce y gratificante clavada en su retina para siempre.
Mesita baja pero, podía ser silla de madera. Encima un librillo lleno de agua y una muchacha doblada con agraciado cuerpo y bombeado en ángulo. Su doblez traslucía pensamientos sin palabra e insinuaba turgentes pechos de traviesa ternura. Su mata larga de liso cabello color miel, caía canelado sobre la palangana como cascada reluciente y en celada por su cara morena, que, chorreante de agua, dejaba traslucir resplandecientes ojos cándidos y graciosas mejillas. Sus manos manipulaban la cabellera y mostraban su tierno cuello bajo el cual se disponía con gracia un esbelto tronco cubierto con camisola al que se sujetan armónicamente por ambos extremos delicados y tiernos hombros. El olor de su piel y de sus cabellos mojados ofrecía a los sentidos verdadera seducción y era tan linda y tiernamente vulgar aquella figura de mujer de cabellera acuosa que despertó, por un instante, la cercanía del deseo y la suspensión de seductores sentimientos. El jovencísimo viajero gozó en aquel momento del derecho a soñar que cada uno se reserva en la soledad de su intimidad.
Más tarde, esta visión la tendrá presente para comprender la fuerza de aquellas imágenes de esquivas e inocentes flores, jovencísimas criaturas, que hicieron latir en el ensueño y con ritmo acelerado, el corazón de tantos, por la voluptuosa hermosura de su pubertad. Este, fue el caso de Lesbia para el latino, Gayo Valerio Catulo; el de Laura para el italiano Francesco Petrarca; el de Beatriz para el poeta Dante Alighieri; el de Alicia para el soñador Lewis Carroll o el de Lola, la nínfula de Vladimir Nabokot.

Pero entonces, se acordó de la contrapartida, el del personaje Perchas de Candel, en "Els altres catalans", que por aquellos días espiaba a las amigas de su mujer mientras se duchaban. Y comprendió que aquello era puro infantilismo al lado de las posibilidades actuales de voyerismo mirón cibernético, como el del malagueño que grababa a mujeres con una microcámara, en los probadores de un almacén comercial. El mirón ocultaba el dispositivo en un zapato vacío que lograba deslizar por debajo de la puerta del vestidor y enviaba las imágenes vía “bluetooth” a un reproductor MP-4 que llevaba escondido en sus bolsillos y que más tarde reproducía por internet. O aquellos "chikanos" (manoseadores) del ciberespacio tokiota que con cámaras adosadas a sus zapatos hacen fotos por debajo de las faldas de las muchachas niponas aprovechando la aglomeración de los metros. Y no hablemos del gran voyerismo comercializado de los programas “realities” de televisión como “Gran Hermano”.
Y que decir del mundo civilizado, que en nombre del derecho a la seguridad, con sus cámaras de video-vigilancia y escanérs corporales repartidos por aeropuertos, bancos, calles o lugares públicos, han endiosado el verbo “Ver”, bajo la excusa del control de los sistemas financieros, militares y transporte.

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